EUROPA: La sumisión de la UE a la política de EEUU conduce a Occidente al desastre

El seguidismo triste y muy posiblemente fatal de Europa

THOMAS HARRINGTON / VILAWEB

«Creo que Estados Unidos ve a los dirigentes europeos como los vasallos flexibles y sin convicciones propias que han mostrado ser durante estas últimas tres décadas. Vasallos que no se quejan lo más mínimo ante políticas del imperio que les causan daños materiales y morales muy importantes».

Los imperios son, por definición, impíos y brutales. Y es por eso que invierten cantidades ingentes de dinero y de energía en la propaganda, tanto en el frente doméstico, para mantener el espíritu moralista de la conquista, como en las sociedades que dominan, para esconder la naturaleza real de su proyecto depredador.

Cuando era joven, en EEUU se hablaba constantemente de la tragedia de la “Europa ocupada”. La del Este, por supuesto, donde había tropas soviéticas. Y recuerdo muy bien que un amigo alemán me dijo: «Vosotros también tenéis un ejército de ocupación muy grande en mi país que condiciona completamente los límites de lo que se puede hacer en el sistema político». Debo decir, no sin una gran dosis de vergüenza retrospectiva, que en ese momento esa constatación me chocó enormemente. «No hay ni punto de comparación», le dije, como sujeto imperial bien adoctrinado que era. “Estamos aquí para ayudar y liberar, y los rusos para oprimir y controlar.”

Hace tres o cuatro décadas, había una conciencia muy clara de la realidad [de la presencia estadounidense en Europa] sobre todo en los sectores de izquierda de la política continental. Sin ir muy lejos, se puede hablar de la controversia intensa ante el referéndum sobre la entrada del Estado español a la OTAN en 1986. Y este gran recelo popular a raíz de la presencia norteamericana continuada en España se reflejaba -no sin cierto sesgo proAlianza, en los diarios más importantes del país- por extensión en el espacio europeo occidental entero.

Hoy, en cambio, tenemos a la dirigente de los Verdes de Alemania –un grupo político que nació y se forjó en medio de la resistencia popular a la presencia de las bases y armas norteamericanas en Europa– haciendo proclamas de agresividad pro-OTAN que rivalizan con los halcones estadounidenses de derechas más estridentes de la Guerra Fría.

Incluso medios supuestamente progresistas hablan de «la alta incidencia de figuras del KGB en el gobierno de Rusia». Como si el presidente George Bush padre, no hubiera sido, antes de presidente, director de la CIA; o como si –como es evidente gracias a la investigación del fiscal especial John Durham (que no ha recibido ninguna cobertura en Europa)– el Estado profundo de EEUU no estuviera íntimamente involucrado en haber montado el escándalo “Russiagate” para hacer tambalear la presidencia del candidato “no aprobado” por ellos, Donald Trump, y como si el presidente del senado estadounidense, Chuck Schumer, no hubiera admitido públicamente que siempre opera con una conciencia muy clara de la capacidad que tiene el Estado profundo de castigarle si desobedece sus deseos. O, como si en el último ciclo electoral el Partido Demócrata no hubiera hecho un esfuerzo público y desacomplejado de incluir ex-miembros de la CIA y el FBI en las listas electorales.

El discurso que dicta la OTAN desde Bruselas

Hoy, básicamente, nadie de los partidos y medios más importantes del continente europeo, discrepa de las líneas maestras del discurso que emana de la sede de la OTAN en Bruselas, cuyos argumentos principales se pueden resumir así:

1) Putin es un diablo completamente inmoral que piensa noche y día en cómo puede comerse a los países del ex bloque soviético. A pesar de que el dirigente ruso ha evidenciado una y otra vez que no tiene ningún interés en hacerlo y que el presupuesto militar ruso es minúsculo comparado con el de la OTAN, y que las fuerzas militares rusas están diseñadas muy claramente –y muy bien, según muchos expertos militares– para la defensa y el contraataque. En fin, cualquier declaración que haga Putin en relación con las preocupaciones de de los rusos sobre su seguridad, es pura mentira diseñada para cubrir sus numerosos planes de imponer el control ruso sobre los países del este de la Unión Europea.

2) Que Rusia concentre tropas en su territorio junto a la frontera de Ucrania es un hecho abominable. Como si no hubiera habido un golpe de estado en Ucrania en 2014, ideado y ejecutado por agentes de EEUU, trabajando conjuntamente -entre otros aliados- con los neonazis ucranianos. Y como si la OTAN no hubiera estado enviando estos últimos meses unas cuantas misiones navales al Mar Negro. Imagínense qué habría pasado si los rusos hubieran instigado un golpe de estado en Canadá, y EEUU hubiera enviado tropas a la frontera. O, si fueran los rusos quienes hubieran enviado patrullas navales al Golfo de México.
Dejando de lado el hecho evidente de que en casos parecidos EEUU nunca se limitaría a una táctica tan prudente y pacífica, ¿creen que el mundo político y mediático europeo hablaría al unísono de la terrible agresión norteamericana? Nunca jamás.

3) Que el acuerdo para la unificación de Alemania negociado entre James Baker y Eduard Shevardnadze en febrero de 1990 no incluía un juramento muy explícito cuya existencia sí ha sido confirmada tanto por Gorbachov como por el embajador estadounidense en ese momento, Jack Matlock– diciendo que EEUU no expandiría la OTAN ni un centímetro más hacia el este. Como si los rusos no hubieran vivido como una traición brutal la decisión de ampliar la OTAN para incluir a tres de los países más importantes de la anterior zona de influencia soviética –Polonia, República Checa y Hungría– tan sólo nueve años más tarde. Y como si el hecho de que esto ocurriera justo en el momento culminante del saqueo a la economía ex-soviética por parte de los magnates rusos, que trabajaban con la ayuda imprescindible de los banqueros occidentales, no hubiera añadido un toque humillante más a la maniobra. Y como si la suma de Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia al pacto militar atlantista en 2004 no se hubiera vivido como la continuación de una campaña de humillaciones sin fin por parte de los estadounidenses y sus súbditos europeos de la OTAN.

Podríamos seguir mencionando, entre otras muchas cosas, el bombardeo norteamericano a Serbia, uno de los aliados históricos más importantes de Rusia, en 1999; las revoluciones de colores de clara organización norteamericana en Ucrania en 2004 y en Georgia en 2003, y la decisión de este último país, operando con el apoyo logístico y propagandístico de EEUU, de atacar el territorio de la Federación Rusa en el verano de 2008.

No se trata de retratar a Putin y el liderazgo de Kremlin como ángeles sino constatar simplemente que tienen un punto de vista sobre el mundo y, con ello, una serie de intereses, forjados por su visión de la Historia, que no se pueden ignorar si se quieren mantener con ellos unas relaciones pacíficas y mutuamente beneficiosas.

Pero esto es precisamente lo que la clase diplomática y estratégica estadounidense, de una mediocridad intelectual y moral sin precedentes en la Historia de EEUU, se ha mostrado absolutamente incapaz de hacer. Se dice que todos los imperios decadentes se refugian en la caverna de su propia mitomanía y tozudez justo antes de morir. Y es la verdad.

Pero, ¿qué excusa tienen los europeos pensantes para no reflexionar en serio, ni en la prensa, ni en los espacios cívicos, sobre la esperpéntica versión estadounidense de la realidad geopolítica europea? Una versión que casi todos los supuestos «cerebros» diplomáticos del continente reproducen sin reflexión ni alteración sustantiva.

Ante el gran énfasis que el estamento político y militar de EEUU otorga a las guerras de información, estos europeos pensantes ¿han reflexionado sobre los porqués de esta suplantación casi total de voces críticas con la OTAN y la política exterior de EEUU en el Viejo Continente?

¿Han pensado en la necesidad de mirar más allá de las patéticas y previsibles palabras de títeres cien por cien comprados como Stoltenberg (el noruego secretario general de la OTAN) y el mayor número de expertos en los think tanks atlantistas sustentados por EEUU a la hora de calibrar la mejor forma de garantizar un futuro de paz y prosperidad para Europa?

¿Quieren realmente que Europa siga siendo el servicio de limpieza para un imperio que destruye países y civilizaciones –Libia, Siria, Irak– sin remordimiento alguno y los deja con enormes dificultades humanitarias causadas por sus salvajadas, dificultades que, lo quieran admitir o no, debilitan seriamente la cohesión social de sus sociedades?

¿Han examinado si realmente les interesa estar en conflicto perpetuo con Rusia? Esa Rusia que tiene el gas y el petróleo que necesitan urgentemente. Una Rusia que a su vez tiene un mercado potencial enorme para los productos agrícolas y manufacturados de Europa.

¿Realmente creen en la sinceridad de las palabras de indignación de sus portavoces oficiales y de su prensa cuando hablan constantemente de la situación de derechos humanos en Rusia y, al mismo tiempo, guardan un silencio sepulcral sobre lo que ocurre con el apartheid de Israel y en más países, como por ejemplo los que proporcionan hidrocarburos a Estados Unidos?

En fin, ¿creen que, aparte de las sintonías culturales obvias que unen ambos lados del Atlántico norte, el estamento estratégico de EEUU realmente tiene respeto por sus homólogos europeos?
Me temo que no. Les ven más cómo los vasallos flexibles y sin convicciones propias que han mostrado ser durante estas últimas tres décadas. Vasallos que no se quejan lo más mínimo ante políticas del imperio que les causan daños materiales y morales muy importantes.

Por decirlo de otro modo, ¿es realmente posible respetar una clase política que no dice ni le importa cuando se descubre que Washington escuchaba cada llamada y leía cada mensaje del teléfono personal de la dirigente más importante del continente, Angela Merkel, y muy probablemente también los de todos sus homólogos de la Unión Europea?

El final del imperio norteamericano se acerca mucho más rápidamente, creo, que lo que piensan muchos sabios profesionales. Y cuando las cosas aprieten, las palabras sobre los vínculos inquebrantables entre Europa y EEUU, repetidas tantas veces durante estas últimas ocho décadas, se convertirán, lo mismo que las garantías dadas a Gorbachov y Shevardnadze en 1990, en papel mojado.

Ahora es el momento en que los europeos deberían intentar reimaginar Europa en el contexto de unos EEUU ausentes o muy debilitados. Pero, en vez de probarlo, los “dirigentes” europeos se han refugiado con más fervor que nunca en los temas de debate cada vez más delirantes de sus amos de Washington.

Los ciudadanos del Continente pagarán un precio muy alto por haber permitido que sus “dirigentes” y la prensa que sigue dándoles una cierta aura de respetabilidad, les hayan traicionado tan descaradamente en una coyuntura tan crucial de su historia.