HISTORIAS DEL ESPIONAJE: Los clandestinos, la élite de la inteligencia soviética

Elena Vavilova, una joven estudiante de la ciudad siberiana de Tomsk y su novio fueron reclutados por el KGB para entrar a formar parte del programa de inteligencia más secreto de la URSS, el de los agentes clandestinos, infiltrados o «ilegales».

Elena nació el 16 de noviembre de 1962 en la ciudad siberiana de Tomsk. De 1970 a 1980 asistió a una escuela de estudio intensivo de alemán. Además estudió ballet, música y periodismo. En 1980 ingresó a la Universidad Estatal de Tomsk para estudiar Historia. Cuando estaba en su tercer año de universidad, se casó con Andrey Bezrukov, un compañero de estudios, y juntos se trasladaron a Moscú para comenzar su formación como oficiales de inteligencia. Después de un largo periodo de instrucción en Moscú, fueron enviados a Canadá bajo falsas identidades. Durante casi veinticinco años se instalaron como una familia occidental más, bajo una apariencia de absoluta normalidad, en ciudades como Vancouver, Bruselas, Washington o Boston. En realidad eran agentes secretos del KGB soviético y luego del SVR de la Federación de Rusia. En junio de 2010 fueron detenidos en EEUU diez miembros de esta red -Andrei Bezrukov, Anna Chapman, Vicky Peláez, Elena Vavilova, Vladimir Gúriev, Lídia Gúrieva, Mijail Kútsik, Natalia Pereverzeva, Mijail Semenko y Mijail A. Vasenkov- acusados de espionaje. No fueron descubiertos gracias a la inteligencia estadounidense ni la red había cometido error alguno que los dejara al descubierto: habían sido traicionados por un alto cargo de Moscú que los vendió a la CIA.

El arquitecto de la creación de ésta y otras unidades de élite de la inteligencia y contrainteligencia soviética fue el general Yuri Drozdov (1925- 2017), una leyenda viva tanto para sus compatriotas como para los enemigos. El escritor y ex espía británico Frederick Forsyth, en su libro «El manifiesto negro», considera a Drozdov como «uno de los más formidables maestros del espionaje ruso». Drozdov, con 20 años combatió en la Segunda Guerra Mundial y con el Ejército Rojo participó en la toma de Berlín. Formado en el Instituto Militar de Lenguas Extranjeras, inició su carrera en el Comité de Seguridad del Estado (KGB) en 1956. En 1979 llegó a la dirección del servicio de espionaje exterior de la inteligencia soviética, y formó y dirigió la unidad de agentes llamados «ilegales» o «clandestinos». Estos agentes no contaban con la cobertura diplomática oficial de los espías «legales», que les da protección en caso de ser descubiertos. Trabajaban solos, sin contacto con la red, y debían mantenerse con sus trabajos legales. Pero eran la élite de los agentes de inteligencia soviéticos, y cuando diez de ellos en 2010 fueron arrestados en EEUU por una traición desde Moscú, el Kremlin no los abandonó: al mejor estilo de la guerra fría los canjeó por espías estadounidenses capturados en Rusia. Tras su regreso a Moscú fueron condecorados con la Orden al Mérito por la Patria.

La historia de una de estas agentes, Elena Vavilova, inspiró la serie estadounidense «The Americans» y ésto motivó a la protagonista real a escribir una novela basada en lo que vivió durante 25 años como agente clandestina en EEUU, fingiendo ser una estadounidense más. El director del medio digital catalán Vilaweb, Vicent Partal, entrevistó a Vavilova con motivo de la traducción de su libro al catalán y al castellano, con el título «El secret de la clandestina» o «La mujer que sabe guardar secretos«, respectivamente. Vavilova asegura no saber si existen aun hoy los agentes clandestinos porque se halla fuera de la comunidad de inteligencia pero dice que confía en lo que ha dicho el jefe de la inteligencia exterior rusa: «Tenemos suficiente gente para hacer el trabajo.» A continuación pueden leer la traducción de la entrevista. El libro de Vavilova, tanto la versión castellana como la catalana, se puede adquirir anticipadamente por internet antes del lanzamiento oficial el próximo 17 de junio.

Elena Vavilova, la espía rusa que engañó a EEUU durante 25 años


El director del medio digital catalán, Vicent Partal, entrevistó a la ex agente del KGB que inspiró la serie «The Americans» y que acaba de publicar la novela «El secreto de la clandestina»

VICENT PARTAL / VILAWEB

El 27 de junio de 2010, Elena Vavilova, que se hacía llamar Tracey Lee Ann Foley, fue detenida por las autoridades estadounidenses, con más agentes clandestinos que habían trabajado también para el KGB, a consecuencia de una filtración originada en Moscú. Durante 25 años había vivido en Estados Unidos y Canadá con su marido y también agente, Andrei Bezrukov, simulando ser otra persona, en una complicadísima operación de espionaje que fue popularizada por la serie televisiva The Americans, basada precisamente en su personaje.

Vavilova creó una identidad falsa pero sin fisuras que le permitía vivir como una estadounidense y conseguir información vital para la Unión Soviética. Tras ser condenada por un jurado, Estados Unidos la cambió, a ella y más miembros de su red, por cuatro espías estadounidenses detenidos en Moscú. Vavilova fue recibida en el Kremlin y condecorada con la Orden al Mérito por la Patria.

-No sé si se siente cómoda con la palabra «espía»

-En ruso hay expresiones diferentes para explicarlo. Pero digamos que si entendemos espía como aquella persona que trabaja para obtener información, especialmente sensible, de manera encubierta, clandestinamente, pues es eso. «Espía» tiene la ventaja de que todo el mundo entiende enseguida a qué te refieres. No tienes que dar grandes explicaciones.

Usted nació en la URSS, donde tenía una vida; después se convirtió completamente en una persona diferente, en una estadounidense, simulando hasta el más mínimo detalle fue en realidad Tracey Foley; y ahora tenemos su novela, que se basa en su vida, pero que no deja de ser una obra de ficción. En vista de tantas capas y detrás tantos personajes, ¿le puedo preguntar quién es en realidad Elena Vavilova?

-Soy una persona, como cualquier otra, con puntos fuertes y puntos débiles. Soy una persona que durante un tiempo largo hizo un trabajo raro, porque muy poca gente lo hace en el mundo, al servicio de mi país. Y para poder llevar a cabo mi misión tuve que aprender varias técnicas y tuve que ejercer algunas cualidades poco habituales.

Ha dicho «trabajo» y «misión». ¿Qué parte pesaba más?

-Todo es una misma cosa, en realidad. Nosotros hicimos un trabajo porque pertenecíamos a una organización y seguíamos órdenes. Pero es evidente que no era sólo una cuestión profesional. Esto que hicimos no se puede hacer sin creer que es muy importante para la defensa de tu país, de tu gente. Es importante creer en lo que haces y en la importancia de lo que haces y seguramente esta es la gran diferencia en nuestro caso. No trabajas ilegalmente en un país extranjero, fingiendo que eres quien no eres por un sueldo, sólo como una manera de vivir. No creo que la gente pueda hacer – creo que puedo usar esta palabra- los sacrificios que una vida como ésta implica sin creer en lo que hace. Ahora, al final, después de tantos años, reconozco que todo acaba siendo una sola cosa. Haces un trabajo porque tienes el sentido de que cumples una misión.

-En todo.

-Sí, claro. Eliges donde vivirás y la gente con la que te relacionas por la misión que tienes, por el valor que pueden tener. Toda tu vida gira en torno a eso. Todo lo ves a través del prisma del trabajo que haces.

-Un trabajo que no es cualquier trabajo. Sabía, tenía acceso a cosas, que muy poca gente sabía. Leyendo la novela, algunos episodios concretos se pueden relacionar con hechos reales. Tengo la sensación de que hay decisiones en el mundo real que se toman tras cortinas muy opacas y que hay muy poca gente que tenga acceso. Usted la tenía.

-Nosotros sabíamos cosas, sí. Pero la gente tiene que entender cómo funciona esto de la inteligencia exterior. Me interesa mucho explicarlo y por eso he escrito la novela. Nadie esperaba en Moscú que nosotros descubriéramos la gran verdad, que encontráramos aquella información que lo cambiaba todo. Esto es un trabajo de equipo. Cada uno de nosotros iba enviando piezas de información y la cosa importante era el retrato final que se obtenía de todo. Allí estaba la información esencial, la que servía para tomar, en un momento determinado, una decisión concreta que era importante. Y sabemos que se tomaron a partir de nuestro trabajo. Nosotros servíamos para ello, aportamos materiales que ayudaron a hacer esto. Por eso nuestro gobierno empleaba tantos esfuerzos a prepararnos y mantener nuestra red.

-Tantos esfuerzos durante tantos años.

-Efectivamente, tantos años. Si no hubiéramos resultado útiles, si nuestras informaciones no hubieran ayudado nada, no nos habrían mantenido. Nos mantenían por eso y también porque en definitiva éramos agentes durmientes, que en cualquier momento, si era necesario, nos podíamos despertar.

-¿Agentes durmientes?

-Nosotros ya estábamos dentro del país, perfectamente camuflados y adaptados. Si alguna vez nos necesitaban, en momentos muy conflictivos, nosotros ya estábamos dentro y podíamos hacer lo que fuera necesario. Pero insisto en el carácter colectivo de este trabajo. Había analistas muy buenos, por ejemplo, y gente que era buena consiguiendo información de terceros. Y había gente muy buena haciendo operaciones sobre el terreno. Todo era un conjunto, un gran engranaje, el KGB era una gran organización y no se puede juzgar el trabajo de una parte, fuera del conjunto. No se trata de decir cuántos documentos pasábamos o dejábamos de pasar.

¿Y por qué explica todo esto ahora como una novela? ¿No hubiera sido mejor escribir un libro sobre su experiencia, un libro de no ficción?

-El problema es que escribiendo unas memorias hubiera tenido que explicar cosas que no puedo decir. La ficción, en cambio, me da más libertad. Aunque algunos pasajes les he pensado ​​mucho para no cometer errores y dar demasiada información. La primera parte de la novela, donde describo como fuimos reclutados y todo el trabajo que hicimos para convertirnos en clandestinos y sobreponernos a las dificultades, es la vida real. Luego, más adelante, en el libro intento explicar cómo vivíamos, como trabajábamos. Todo lo que describo es basado en lo que vivimos, los temas sobre los que trabajábamos; todo es real y el momento en que pasa la novela coincide con el momento en que nosotros estábamos allí. Ahora, no creo que haya que explicar algunas cosas.

-¿Qué cosas por ejemplo?

-Quizá haciendo otro tipo de libro habría revelado métodos y maneras de hacer, secretos que hay que conservar todavía hoy. Una novela me da más libertad. Es una manera de no explicarlo todo y sobre todo de no tener que explicar lo que no quiero explicar. He procurado que todas las cosas fuesen más o menos públicas, que ya hubiesen aparecido en otros libros o en informaciones periodísticas, y que no destape nada que sea inconveniente. Tengo interés en reconstruir como vivíamos.

-Y ese cuidado de lo que dice, ¿no tiene miedo de que afecte al libro?

-No. Yo sabía desde el principio qué líneas no podía atravesar y qué quería hacer. La novela reconstruye como ha sido mi vida y mi trabajo y permite hacer una mirada dentro de un mundo que antes casi no tenía referencias públicas. Creo que es interesante explicar cómo vivíamos y cómo trabajábamos y que esto tiene interés por sí mismo. Los «clandestinos», esta figura, este trabajo que nosotros llevábamos a cabo en una clandestinidad muy profunda, es una figura muy propia de la inteligencia soviética y posteriormente rusa. Esto los occidentales no lo hacen y sinceramente no creo que lo supieran hacer tampoco.

-¿Todavía existen hoy los clandestinos?

-No lo sé, no puedo decir nada al respecto. Desde que volvimos estamos fuera de este mundo. Por eso hacemos cosas diferentes, tales como esta novela. Pero el jefe de nuestra inteligencia exterior ha dicho: «Tenemos suficiente gente para hacer el trabajo.»

-Si no hubiese sido detenida (en EEUU) y enviada a Rusia, ¿esta novela existiría hoy?

-Claro que no.

-¿Cómo vivió aquella detención?

-Sinceramente, en ese momento nuestra preocupación principal era saber cómo nos habían descubierto. Cuando entendimos que no había sido un error nuestro, sino una traición de una persona en Moscú, respiramos aliviados. Hubiera sido muy duro asumir que nosotros hubiéramos cometido un error.

-Pero en Estados Unidos la condena podría haber sido gravísima, incluso a la pena de muerte. ¿No le preocupaba esto?

-Nosotros trabajamos durante décadas como clandestinos. Creamos unas identidades, una historia que tapaba quien éramos de verdad. Vivíamos como una pareja normal estadounidense, teníamos hijos, trabajábamos. Estábamos muy seguros de que no nos descubrirían. Que era imposible. Por eso era tan importante saber que no habíamos caído por algún error nuestro. Está claro que en el día a día, sobre todo al principio, había una tensión por si nos descubrían, pero con los años la normalidad se acababa imponiendo.

-En el momento de la detención las autoridades estadounidenses dijeron que no habíais conseguido información muy importante.

-Lo entiendo perfectamente. Nos habíamos pasado veinticinco cinco años en su casa sin que nos descubrieran y sin que ni siquiera tuvieran ninguna idea de qué estábamos. ¿Qué iban a decir? No reconocerían lo que por otra parte era obvio. Piense que hace poco que ellos han reconocido que nos arrestaron gracias a una persona del servicio ruso que traicionó. No fueron los estadounidenses los que nos localizaron.

De alguna manera lo reconocieron canjeándolos por espías estadounidenses. El canje era una señal de su importancia.

-Exactamente.

-Después de descubrirse su existencia y basándose en su vida, se hace la serie de televisión The Americans. ¿Se siente reflejada?

-En parte, sí. Creo que todo el mundo puede entender que una serie de televisión necesita mucha acción y que pasan muchas más cosas, y sobre todo mucho más seguidas, que no nos pasaban a nosotros en la vida real. Cuando la miramos, mi marido me dijo que nosotros no habíamos tenido una vida tan excitante como la que se veía por pantalla!

-¿Era más aburrida?

-No creo que «aburrida» sea la palabra. Digamos que la acción no era tan constante. Hay que entender que en nuestro trabajo la paciencia era un factor clave. A veces podían pasar semanas enteras antes de conseguir un pequeño paso. En la serie de televisión esto no se podría retratar porque aburriría al espectador. Pero se puede decir que en The Americans hay muchos detalles que son verdaderos. La tensión psicológica a que estábamos sometidos es real. La discusión ética y moral cuando teníamos que hacer según qué cosas o la forma en que retrata ese momento excepcional que era la guerra fría y el pico de tensión que había son reales, muy bien hechos. Ahora, en la serie todo es exagerado, espectacular, para atraer y enganchar a los espectadores. Esto es lógico y lo puedo entender. En la novela, de todos modos, busqué rehuir esa cosa de James Bond, y hacer algo que retrate de una manera más realista cómo era nuestra vida.

-¿»El secreto de la clandestina» es, de alguna manera, una respuesta a la serie?

-La idea de escribirla me vino a la cabeza cuando mirábamos los primeros capítulos, sí.

-Me ha sorprendido el libro porque aquí estamos muy acostumbrados a las novelas de espías occidentales. En el Reino Unido las novelas sobre el MI5 son casi un género. Pero no es este el caso ruso. No tiene muchos precedentes.

-Es cierto. Son tradiciones diferentes. Los británicos hablan más. Aquí no tanto. Y esto hace que la cosa no esté equilibrada. De novelas o filmes, hay muchos más en EEUU o el Reino Unido. Seguramente nosotros guardamos más los secretos y los explicamos menos y más despacio. Es nuestra tradición. Pero sobre los servicios de inteligencia soviéticos y los métodos que usábamos aparecieron libros interesantes cuando la URSS colapsó, pero no hay muchos testigos de primera mano y menos gente viva, como es mi caso. Las cosas son poco equilibradas y espero que mis novelas -acabo de publicar otra en Rusia- ayuden a dar una visión más equitativa de la realidad. Hay mucha gente que tiene una visión desvirtuada en Occidente sobre nuestro trabajo y cambiar esto también era uno de mis objetivos, cambiar esta perspectiva. ¡Es que en las películas y en las novelas occidentales nosotros siempre somos los malos y damos mucho miedo!

-¿Lo sois? ¿Lo erais?

Yo no me identifico nada con este retrato, porque no éramos ni tan peligrosos ni tan malos. Nosotros no éramos agresivos. Defendíamos nuestro país. Y en ningún momento, a diferencia de otros, teníamos la pretensión de cambiar la forma de gobierno o la dirección del país donde trabajábamos. Nosotros sólo trabajábamos para que nuestros líderes tuvieran la mejor información posible a la hora de tomar decisiones difíciles. Esta era una característica muy diferenciadora de los servicios de inteligencia soviéticos.

-¿Quiere decir que un espía británico o estadounidense siempre será diferente de uno ruso?

-La manera de trabajar tiene muchas semejanzas en todos los casos, a pesar de todo. Existe la importancia de la psicología, existe la técnica sobre cómo acercarte a tus fuentes y descubrir sus debilidades y cómo usarlas a tu favor cuando es necesario. Hay cosas muy, muy similares, esto no lo discuto. Y yo me imagino que en todos los casos existe el patriotismo, la motivación patriótica. Tú no haces un trabajo como este si no tienes la prioridad de defender tu país por encima de todo. Pero diría que en la Unión Soviética esta parte ideológica, si lo quieres decir así, era más profunda que en Occidente. Porque vivíamos en un país amenazado. Lo sentíamos amenazado y teníamos que defendernos, ésta era nuestra prioridad. Y porque creíamos en el sistema que representaba.

-Un sistema que colapsó de repente. Para vosotros habrá sido muy angustioso -no sé si esa es la palabra- vivir en Boston y ver por televisión la desaparición de la Unión Soviética.

Fue muy triste, porque creíamos en lo que representaba aquel proyecto. Un Estado multinacional que hacía pasar la justicia social ante todo y que era un Estado poderoso y grande a escala mundial.

-¿Qué pensaron? ¿Temieron que su organización fuera desmantelada?

-Nosotros teníamos un contacto escaso con Moscú, por cuestiones de seguridad. La comunicación era muy restringida, trabajábamos muy solos, y la verdad es que no sabíamos casi nada de todo lo que pasaba.

-Pero continuaron trabajando, ahora para la nueva Rusia.

-Sí. Cuando nos llegó el mensaje asegurándonos que continuábamos el trabajo respiramos aliviados. Teníamos una sensación extraña porque nos disgustó lo que había pasado, la desaparición de la Unión Soviética, pero también entendimos algo importante.

-¿Qué?

Que nosotros no luchábamos por los líderes sino por el país. Por la patria. Por la tierra. Por nuestros compatriotas. Y eso no cambiaba nada con el paso de Unión Soviética a Rusia. Ideológicamente, teníamos un sentimiento muy profundo por la pérdida de la Unión Soviética y el significado que tenía aquello, pero pensábamos que la nueva Rusia seguirá más o menos el mismo camino.

-¿Y ahora piensa lo mismo?

-Bueno, Rusia todavía no es un país occidental, hoy.

-Sin embargo, el cambio en ese momento no era menor.

-No lo era. Y tenía implicaciones muy fuertes. Por ejemplo, teníamos países aliados con organizaciones aliadas del KGB que de hoy para mañana pasaron a ser parte de Occidente -como la República Democrática Alemana. ¿Y qué pasaba entonces? ¿Qué sabían y qué no sabían? Fue muy complicado todo en ese momento.

-¿Tiene relación aún con los servicios de inteligencia? ¿De alguna manera le han marcado de qué puede escribir?

-En el momento que salió a la luz pública mi identidad, ya no tengo nada que hacer dentro de la comunidad de inteligencia. Ahora bien, yo estoy segura qué línea no tengo que atravesar.

-Hace muchos años que está fuera de los Estados Unidos. ¿No echa en falta nada?

-Claro. El barrio donde vivíamos en Boston, la gente, los amigos de allí. Ahora que Estados Unidos vive un momento tan convulso sería muy interesante oír qué piensan. Y más cosas. Rusia es muy diferente de los Estados Unidos y hay cosas de allí a las que nos acostumbramos mucho y que las añoramos. Creo que esto lo puede entender todo el mundo.

-Ahora es un momento muy difícil para los Estados Unidos.

-Lo es. Y también para las relaciones entre Rusia y Estados Unidos.

-¿Le gustaría trabajar, todavía? ¿Sería interesante?

-Los momentos de grandes cambios siempre, siempre, son los momentos realmente interesantes. Y, honestamente, algunas de las cosas que ahora pasan ya empezaban a ser visibles cuando nosotros estábamos, hace diez años.

-Mirando atrás, ¿está orgullosa de lo que hizo? ¿Se arrepiente de cosas que hizo?

-Mire: nuestro trabajo no era tomar decisiones. No éramos nosotros, quien tomábamos las decisiones. Incluso a veces no estábamos de acuerdo con las decisiones que se tomaban, que se tomaban en Moscú, a partir de nuestras informaciones. Pero sí sentíamos en todo momento que hacíamos un trabajo útil. Y no sólo para nosotros. De alguna manera nuestro trabajo también favorecía el pueblo estadounidense …

-¿Qué quiere decir?

-Servíamos de contrapeso.

-Pero era una agente activa, clandestina, trabajando contra los Estados Unidos con todas sus fuerzas y poniendo su vida en juego …

-Pero nosotros no sentíamos ninguna hostilidad hacia el pueblo de Estados Unidos, ni trabajábamos contra ellos. Nosotros trabajábamos contra quienes tomaban determinadas decisiones en Estados Unidos y sobre todo con el ánimo de evitar la agresión a nuestro país.

-¿Y lo consiguieron?

-Digamos que contribuimos. Yo tengo el sentimiento de que nuestro trabajo fue importante para nuestros compatriotas pero si lo miras desde este punto de vista para otra gente también, incluso para los estadounidenses.

Con nuestro trabajo ayudamos a mantener el equilibrio de la coexistencia y la paz. Al final no hubo una guerra nuclear, que podía haber pasado. Así que mirando todo el conjunto de lo que pasó, en este sentido, creo que nosotros contribuimos a mantener la paz para todos.