CAPITALISMO Y ECOCIDIO: Nos espera un mundo «Mad Max», si tenemos suerte

El capitalismo lo mata todo

PAUL STREET / COUNTERPUNCH

Podríamos dejar de sorprendernos por cosas terribles si prestáramos más atención a la historia pasada y actual. También podríamos recordar que somos parte de la naturaleza y no podemos sobrevivir mucho más en un estado de guerra capitalista al sostén de la vida. Impactante, sí .Sorprendente, no

Joe Biden no tiene empatía

Sí, es terrible que Joe Biden se haya negado a perdonar más que una mísera parte de la deuda estudiantil. Pero, recuerden lo que dijo a un presentador de Los Angeles Times: «No, no, yo no tengo empatía con eso, deme un respiro«, sobre la difícil situación de los jóvenes en un mundo salvajemente desigual y ambientalmente insostenible que (él y otros) habían ayudado a crear durante décadas de servicio del Congreso a empresas y a la patria financiera. No es una sorpresa.

(N.de la E. Diga lo que diga Biden, hay datos objetivos para afirmar que la generación nacida entre principios de los 80 y mediados de los 90 – conocida como generación del milenio, o «millennials»- está en desventaja en comparación con las generaciones anteriores. Aun los que tienen una formación muy cualificada, cobran salarios un 20 % menor que la generación nacida entre 1946 y 1964, cuando tenían la misma edad y una formación mucho menos cualificada. La atención de la salud, la vivienda y la educación son cinco veces más caras que hace unas décadas. En EEUU, además, existe el problema de la deuda que contraen los estudiantes para realizar estudios universitarios al no exstir una educación pública de calidad, algo que afortunadamente aun no ocurre en Europa. Biden también comparó a los millennials -dejando en un mal lugar a los jóvenes actuales- con las generaciones que crecieron en las décadas de 1960 y 1970, y participaron en las luchas por los derechos de las mujeres, por los derechos civiles, y contra la guerra de Vietnam, y fueron activistas que corrieron muchos riesgos. A pesar de lo que diga Biden, los jóvenes de hoy también han salido a luchar, y por lo de siempre (lo cual quiere decir que sus mayores no hemos conseguido mucho): los derechos de las mujeres, los derechos sociales, los derechos humanos, los derechos de las minorías, y contra las guerras. Y tampoco les está saliendo gratis en ningún lugar del mundo: desde EEUU a Chile sus protestas son ferozmente reprimidas en el contienente Americano; en Europa la represión también tiene la mano muy larga; lo mismo ocurre en Africa, en India o en Asia).

Una pesadilla pandémica prevista y predecible

La pandemia de COVID-19 ha sido impactante. Nunca debería haber sido sorprendente.

Los expertos en salud pública habían estado advirtiendo sobre tal evento durante muchos años desde su observación de la invasión del capitalismo global en nuevas esferas geográficas y biológicas y la notable velocidad y escala con la que el sistema capitalista mundial propaga a personas y gérmenes a través del espacio planetario.

La virulencia especial con la que el virus golpeó a Estados Unidos es impactante, pero no sorprende. Era de esperar dados los vínculos extremos y el cautiverio de la nación al poder corporativo, la extrema disparidad de clases, la salvaje desigualdad racial y el imperio militar. El sistema de guerra y ganancias de Estados Unidos es incapaz de proteger la salud pública. La «democracia» estadounidense se trata de la concentración ascendente de riqueza y poder, con consecuencias desastrosas para el bien común. Los terribles resultados incluyen un sistema de atención médica con fines de lucro diseñado para servir sólo a los ricos y un sistema alimentario y un medio ambiente envenenados que disparan enfermedades desenfrenadas en todo el país. El precio más elevado de la salud lo pagan las personas pobres de color, que han muerto en un grado desproporcionado.

El COVID-19 convirtió a EEUU en su nación favorita: el capitalismo extremo, el individualismo exagerado y la aguda opresión racial, hicieron que esto fuera predecible.

Ecocidio capitalogénico

El colapso continuo de la ecología habitable, cuyos síntomas incluyen un clima cada vez más extremo (como la reciente y continua ola de frío polar dentro y fuera del sur de los EEUU) es impactante.

Está ocurriendo según lo predicho por los científicos ambientales que han advertido durante muchas décadas sobre las consecuencias exterministas del capitalismo desenfrenado. El clima que solíamos conocer está siendo destruido por el capitalismo del carbono, como predijo incluso Exxon-Mobil.

El orden del capital es adicto al «crecimiento» perpetuo, es decir, la acumulación, para sostener su tasa de ganancia y para ocultar sus desigualdades. Es una dependencia ambientalmente insostenible. Si no rompemos nuestra dependencia del capitalismo, estamos perdidos (tal vez, ya estamos perdidos). El capitalismo está programado para acabar con los espacios ecológicamente habitables.

«Esto lo mata todo»

Sobre este último punto, este sería un buen momento para que dejemos de evitar al «pequeño» tema del ecocidio, el mayor problema nuestro o de todos los tiempos. Recientemente, el economista marxista Richard Wolff señaló cómo los centros de acumulación e inversión del capitalismo global están «emigrando de Estados Unidos, Europa y Japón».

Según el análisis de Wolff, la cruda verdad del desarrollo económico moderno es la siguiente: el capitalismo está dejando sus viejos centros y se está trasladando a sus nuevos centros. Sobre este traslado cabe decir que esto lo cambia todo…. Por un lado, el movimiento del capitalismo de los viejos a los nuevos centros sumerge a los viejos en un declive a largo plazo, evidente en las industrias y ciudades en decadencia. La política deja de priorizar el crecimiento, o de adjudicar los conflictos internos de manera que reproduzcan el capitalismo en crecimiento y dar forma al mundo en un patrón distintivo de centro-periferia. En su lugar, las políticas se orientan a mantener el status quo global frente a las muchas fuerzas que lo erosionan. Para muchos políticos ese cambio de foco degenera en la búsqueda de chivos expiatorios en medio de divisiones y decadencia social en cascada. Por otro lado, el capitalismo encuentra un nuevo territorio rentable en sus nuevos centros. El crecimiento allí compensa el declive en los viejos centros. El 1 % global se vuelve más rico porque obtiene una mayor riqueza tanto de los centros antiguos como de los nuevos.

Dondequiera que estén ubicados sus principales centros de control, inversión y crecimiento, el capitalismo ha contaminado y cocinado tan completamente el ecosistema planetario entero que seremos afortunados si sobrevivimos otro medio siglo como especie, si no salimos de este crecimiento letal/ sistema de acumulación / adicción a las ganancias.

En su libro «This Changes Everything: Capitalism v. The Climate » (Esto lo cambia todo: el capitalismo contra el clima»), Naomi Klein señala «un pequeño secreto sobre el capitalismo»: mata todo sin importar dónde se encuentren sus principales centros.

El capitalismo no es la partera de Marx al socialismo; es un cáncer maligno listo para provocar «la ruina común de las clases contendientes».

Un mundo «Mad Max», si tenemos suerte


Tenemos la Antártida derritiéndose hacia 2050 o 2060, bajo la presión del capitalismo global adicto al crecimiento, cuyos centros clave se desplazan a través de zonas geográficas y Estados nacionales mientras se talan las selvas tropicales, las capas de hielo ártico se colapsan y el metano burbujea en grandes cantidades debido al derretimiento del permafrost. Eso lo cambia todo.

Diría que «es Mad Max si tenemos suerte», para parafrasear en parte a Istvan Meszaros, quien pensando en la crisis medioambiental, actualizó a Rosa Luxembourg señalando que «es socialismo o barbarie si tenemos suerte» hace dos décadas.

El nuevo libro de Paul Street: The Hollow Resistance: Obama, Trump y Politics of Appeasement (La resistencia hueca: Obama, Trump y la política del apaciguamiento)