OTROS CONFINAMIENTOS – LOS TOPOS: Republicanos españoles se ocultaron durante décadas de la represión franquista

En estos días de cuarentena cuando se oye a ciudadanos protestando airadamente -ante los micrófonos que les brindan periodistas frívolos- porque no pueden pasear el perro a kilómetros de su casa, vienen ineludiblemente a la memoria otros confinamientos. Hay una reclusión muy especial que deberían conocer todos aquellos que viven en esta tierra: el autoconfinamiento al que se vieron obligados los republicanos españoles para ocultarse de la represión franquista. Sin ocultarse no hubieran sobrevivido. Bajo la Ley de Responsabilidades Políticas, durante los años inmediatamente posteriores a la victoria de los facciosos, el régimen dictatorial fusiló a casi 165.000 personas. ¿Soportarían nuestros contemporáneos conciudadanos 30 años escondidos emparedados vivos en la oscuridad?Para hacerse una idea de lo que fue, pueden ver este documental. O leer «Los Topos», de Jesús Torbado y Manuel Leguineche; o «Escondido» del hispanista Roland Fraser.

Estas son algunas de sus historias

LLIBRES | Alfons el Magnànim

NACHO DEL RÍO / LA SEXTA y OTRAS FUENTES

Durante 30 años, Higinio vivió a través de los ojos y los oídos de Rosa, su mujer. Se mantuvo escondido en agujeros en el suelo y entre falsas paredes tres décadas para evitar ser capturado y asesinado por los falangistas; siempre a la espera de un perdón, de una amnistía que no llegaba. Así construyó forzosamente su propia cárcel, y así representan Antonio de la Torre y Belén Cuesta la premisa que ofrece ‘La trinchera infinita’, la película que ahonda en la ‘otra’ cara de la represión que sufrieron las víctimas del franquismo. La de aquellos que, no siendo presos o esclavos del régimen, ni asesinados, ni refugiados en el extranjero, debieron zafarse de las garras del fascismo ocultándose en todo tipo de sitios: alacenas, cobertizos, graneros o pozos. Durante años, décadas.

Protasio Montalvo Martín (38 años oculto: 1939-1977)

El 20 de julio de 1939, Protasio Montalvo supo que, para salvar su vida, tenía que ocultarse. Lo que no supo hasta 38 años después fue durante cuánto tiempo debía hacerlo. Habían pasado poco más de tres meses del final oficial de la Guerra Civil, pero el escenario político y social de España en aquel momento no era ni mucho menos pacífico; tampoco en un pueblo como Cercedilla (provincia de Madrid) , de unos 3.000 habitantes. Allí Protasio, ya militante del PSOE y afiliado a la UGT, fue tesorero de la Casa del Pueblo y alcalde durante los años de contienda.

Acabada la guerra, a Protasio, republicano, le habían aconsejado entregarse bajo la promesa de que su caso, como el de tantos, no iría para largo: «Yo iba con algunos familiares a entregarme en el campo de concentración, que estaba en un campo de fútbol que hoy llaman Bernabéu (N.de la E. se refiere al estadio del Real Madrid, construido en 1946 en los terrenos del Estadio de Chamartín); los familiares iban a despedirme, pero el campo estaba lleno, ya no cabía nadie». Hubo una breve trifulca a las puertas del estadio, lo que dio pie a su fuga: «Aquello me salvó la vida. Si no escapo entonces, no estaría ahora aquí, porque desde ese momento ya no me fie de nadie».

(Acabada la guerra) «Todos los que habían luchado (en el Ejército republicano) volvían a sus casas, pero según iban viniendo los iban fusilando en cualquier sitio y, más que nada, eran detenidos y los llevaban a El Escorial». A quien no podían acusar de nada le «pegaban una paliza que lo destrozaba y lo usaban para trabajos forzados, para hacer las vías del ferrocarril de Burgos o ese monumento que es tan odioso» (el Valle de los Caídos)»

Tras unos meses trabajando de forma clandestina en Madrid, y para evitar las sospechas de vecinos y otros delatores favorables al régimen, volvió a casa atravesando el campo, por la noche, en medio de la oscuridad. A punto de cumplir 40 años, comenzó su reclusión. Los primeros años de confinamiento los pasó en una conejera cercana a la casa. Comía de un balde y atendía a los movimientos de los conejos para saber cuándo podía acercarse el peligro; si alguien se acercaba, se escondía junto a ellos. Tiempo después se trasladó a un sótano de la vivienda».

Sus hermanos murieron sin saber nada de él ni de su paradero. Lo mismo sucedió con amigos y otros allegados, creían que se había fugado al extranjero o estaba muerto. Su mujer y sus hijos guardaron el secreto hasta las últimas consecuencias, y ello incluían las fiestas y reuniones familiares: «Veía a los nietos por un agujero de la puerta; sólo de pequeñitos pude tenerlos en los brazos». No podía seguir viendo a sus nietos cuando aprendían a hablar por miedo a que revelaran su presencia. Protasio no salió de su eterno escondite ni tras la promulgación de la Ley de Amnistía de 1969 por la que se declaró «la prescripción de todos los delitos cometidos con anterioridad al 1 de abril de 1939». No se atrevía. Tampoco lo hizo cuando murió Franco porque «los mismos que estuvieron entonces en el poder seguían ocupando los principales puestos de la Administración«. No fue hasta 1977 cuando puso un pie en la calle como ciudadano libre. Tenía 77 años. El recibimiento a Protasio no fue lo que uno podría esperar para una víctima del franquismo. Las mentiras de los años pasados ya habían calado: algunos no dudaron en señalarle con pintadas en las que se le tachaba de «asesino».

Hermanos Juan y Manuel Hidalgo España (28 años ocultos: 1939-1967)

En febrero de 1937, Málaga fue invadida por las tropas franquistas. Miles de personas, se vieron obligadas a huir por la carretera que llevaba a Almería. En el camino, Juan y Manuel fueron testigos de la masacre de ese éxodo de refugiados conocido como «la desbandá» (la desbandada) . «Cuando pasamos Vélez tiraban la aviación y los barcos, desde el mar a la sierra, por donde íbamos todos […] No se pueden numerar los que íbamos. Por todas partes, derramados por todo el campo. Aquello era un diluvio de gente […] Cada uno tiraba por su lado, desorganizados… había que ir a Almería, que eso eran las órdenes». No había agua, ni comida, ni descanso; sólo disparos, bombas, heridos, muertos y carreras.

(Acabada la guerra) Juan llegó seis días antes que Manuel a Benaque, un pequeño pueblo de la Axarquía de Málaga donde residían los dos antes de la sublevación franquista. Juan había caminado 16 días «sin parar y sin dormir y sin comer» hasta llegar nuevamente a Benaque. Ambos se escondieron al momento de llegar a Málaga, y tampoco pudieron verse en los siguientes 28 años. «A todos los que se quedaron allí o se presentaron …lo primero era detenerlos y a muchos los mataban«. Juan vivía entre dos paredes, en «un sitio muy estrecho, sólo se podía estar acurrucado allí».Las sospechas de un vecino franquista, que no tenía duda alguna de que Juan estaba allí, provocaron que los agentes de la Guardia Civil registraran en una infinidad de ocasiones la vivienda, con tremendas palizas a su mujer y a los padres de ésta. » Me quedé ciego en el 47, de la impresión de verla a ella después de la paliza, ciego del todo. No veía nada». Los hermanos Manuel y Juan pudieron volver a ser libres por un perdón acordado en 1966 por la administración franquista.

Manuel Cortés Quero (30 años escondido: 1939-1969)

Manuel Cortés, último alcalde de Mijas, permaneció en una habitación dieciocho años.
Manuel Cortés, último alcalde de Mijas, en su escondite

Manuel creía fuertemente en el socialismo; tanto que, después de barbero y organizador clandestino del PSOE y UGT en tiempos pre republicanos, acabó siendo concejal de Mijas en 1931, con solo 26 años. Algo más tenía, 31, cuando finalmente aceptó ser alcalde. A principios de 1937, con la entrada de los fascistas, Manuel, como el resto del pueblo, se vio obligado a abandonar su pueblo a través de la sierra en busca de la carretera que lleva a Almería. Allí se incorporó al Ejército de la República. Tras la derrota sabía las cosas no pintaban bien para un alcalde republicano y socialista ..descartó entregarse y fue a esconderse. El lugar: un armario tapiado en una habitación. Allí se ocultó durante más de dos años. A los dos años de confinamiento (su mujer ) se arriesgó a trasladar a Manuel a un desván, en una noche lluviosa, de difícil visibilidad, vestido con las ropas de su suegra recorrió al ritmo de una anciana los 300 metros que separaban ambos escondites. La noche del 28 de marzo de 1969, Manuel, con el oído pegado a la radio, escuchó a Fraga, por entonces ministro de Información y Turismo del franquismo, anunciar un decreto por el que se otorgaba el perdón para los delitos cometidos en la Guerra Civil. Manuel no se atrevió a poner un pie fuera de la casa hasta ver publicada la orden en el BOE (Boletín Oficial del Estado)

Y muchos más y otros que nunca sabremos sus nombres…

Ángel Blázquez, veinte años escondido en Béjar con la sola compañía de tres libros que se aprendió de memoria; Saturnino de Luca, que tuvo que volver a aprender a andar tras pasar 33 años en un hueco de 63 centímetros de altura que no le permitía ponerse de pie; Eulogio de Vega, ex alcalde de Rueda estuvo oculto durante veintiocho años en un huerto de Valladolid, aislado como un ermitaño; Manuel Corral, que tembló durante décadas tumbado sobre un saco de paja; o Andrés Ruiz, veinte años recluido en un agujero por el pecado de haber votado al Frente Popular. Secundino Angulo, del Valle de Losa, en Burgos, era una labrador socialista, pudo escapar del camión en el que lo trasladaban junto a otros compañeros para ejecutarlo. Permaneció diez años escondido en un agujero que él mismo cavó en una cuadra de ovejas. Cuando la Guardia Civil hacía registros, su padre cubría el foso con estiércol.