COVID-19: La pandemia es la socialización de los daños del modelo de agronegocio

La causa de la pandemia de COVID-19 y otros patógenos similares no se encuentra sólo en el agente infeccioso, sino en causas estructurales y en las relaciones ecosistémicas del capital, cuyo análisis se está ocultando a la opinión pública. Las causas estructurales son parte de la emergencia, y ponerlas al descubiertos debería servir para no reinciar la misma economía que produjo el daño. No podemos aspirar simplemente a sobrevivir al brote del COVID-19 en curso, porque dada la amplia colección de patógenos en circulación, que aumenta anualmente, es probable que enfrentemos otra pandemia mortal en cualquier momento.

El COVID-19 y el circuito del capital

La OMS declara que el coronavirus se ha convertido en una pandemia ...

ROB WALLACE-ALEX LIEBMAN-LUIS F. CHÁVEZ-RODRICK WALLACE / MONTHLY REVIEW

El COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus SARS-CoV-2, un segundo coronavirus que causa síndrome respiratorio agudo severo desde 2002, ahora es oficialmente una pandemia. A fines de marzo, ciudades enteras en todo el mundo están confinadas y, uno por uno, los hospitales se están colapsando por las oleadas de pacientes.

China, con el brote inicial en descenso, actualmente respira aliviada. Corea del Sur y Singapur también. Europa, especialmente Italia y España -y cada vez más países- ya se doblan bajo el peso de las muertes, aún a comienzo del brote. América Latina y África recién ahora comienzan a acumular casos, y algunos países se preparan mejor que otros.

En los Estados Unidos el futuro cercano parece sombrío. El brote no alcanzará su punto máximo hasta mayo y los trabajadores de la salud están luchando porque se les proporcionen equipos de protección personal. Las enfermeras, a quienes los Centros para el Control y Protección de Enfermedades (CDC) han hecho la escandalosa recomendación que usen pañuelos y bufandas como máscaras protectoras, ya han declarado que «el sistema está condenado».

Mientras tanto, la administración de EEUU continúa pagando sobreprecios en el mercado internacional por equipos médicos básicos que se negó a comprar en un primer momento. También ha anunciado un cierre de fronteras como una intervención de salud pública, mientras el virus se desata con furia en el interior del país.

Un equipo de epidemiología del Imperial College calculó que en el mejor escenario, consiguiendo aplanar la curva de casos, al poner en cuarentena a los detectados y distanciando socialmente a los ancianos, Estados Unidos saldría con 1,1 millones de muertos y con una carga de casos que necesitarían ocho veces las camas de cuidados intensivos que tiene el país. La supresión de la enfermedad, con el objetivo de poner fin al brote, haría necesaria una cuarentena al estilo de China y medidas de distanciamiento social de toda la comunidad, incluido el cierre de instituciones. Estas medidas llevarían a los Estados Unidos a un escenario con alrededor de 200.000 muertes.

El grupo del Imperial College estima que una campaña exitosa de contención del brote, tendría que desarrollarse durante al menos dieciocho meses, lo que conllevaría una sobrecarga en la contracción económica y la decadencia de los servicios comunitarios. El equipo propuso equilibrar las demandas de control de la enfermedad, con las necesidades de la economía, alternando los períodos de confinamiento, según el nivel de ocupación de las camas en las unidades de cuidados intensivos.

Otro grupo, liderado por Nassim Taleb, declara que el modelo del Imperial College no incluye el rastreo de contactos y el monitoreo puerta a puerta. Pero omite que el brote ha superado la voluntad de muchos gobiernos de usar ese tipo de cordón sanitario.
El grupo de Taleb señala la negativa del equipo del Imperial College a investigar bajo qué condiciones el virus puede ser llevado a la extinción. Tal eliminación no significa cero casos, sino suficiente aislamiento para que los casos individuales no produzcan nuevas cadenas de infección.

En China, sólo el 5 % de los contactos con un caso se infectaron posteriormente. El equipo de Taleb está de acuerdo con el programa de contención del brote en China, que es todo lo suficientemente rápido que se puede ir como para llevar el brote a la extinción, sin entrar en un baile alternando entre el control de la enfermedades y asegurando la economía sin escasez de mano de obra. En otras palabras, el enfoque estricto (e intensivo en recursos) de China libera a su población de tener un confinamiento por meses, o incluso años, que el equipo del Imperial College recomienda a otros países.

El epidemiólogo matemático Rodrick Wallace -de nuestro equipo- rechaza completamente el modelo estadístico para estudiar el brote. El modelo de emergencias, por necesario que sea, no considera el cuándo y dónde éstas comienzan. Las causas estructurales son parte de la emergencia. Incluirlas nos ayuda a descubrir la mejor manera de responder más allá de simplemente reiniciar la misma economía que produjo el daño.

«Si los bomberos reciben suficientes recursos -escribe Wallace- en condiciones normales, la mayoría de los incendios, con la mayor frecuencia, pueden ser contenidos con un mínimo de bajas y de destrucción de propiedades. Sin embargo, esa contención depende críticamente de una tarea mucho menos brillante, pero no menos heroica: los esfuerzos regulatorios persistentes y continuos que limitan el peligro del edificio a través del desarrollo y la aplicación de una normativa; y que también aseguran que se suministren recursos de lucha contra el fuego, saneamiento y preservación del edificio a todos los niveles necesarios…

La pandemia es la socialización de los daños producidos por el agronegocio

El contexto cuenta para la infección pandémica, y las estructuras políticas actuales que permiten a las empresas agrícolas multinacionales privatizar las ganancias mientras que externalizan y socializan los daños, deben estar sujetas a la aplicación de un código que reinternalice esos costos si quieren evitar una pandemia verdaderamente mortal en el futuro cercano”, dice Rodrick Wallace.

La incapacidad para prepararse y reaccionar ante el brote no solo comenzó en diciembre, cuando los países de todo el mundo no respondieron cuando el COVID-19 se propagó en Wuhan.

En los Estados Unidos, por ejemplo, no comenzó cuando Donald Trump desmanteló el equipo de preparación para pandemias de su equipo de seguridad nacional o dejó sin cubrir setecientos puestos de los Centros de Control de Enfermedades.

Tampoco comenzó cuando las instituciones federales no supieron actuar cuando los resultados de una simulación de pandemia de 2017 mostró que el país no estaba preparado.

Ni cuando, «EEUU eliminó los puestos de expertos de los CDC que estaban en China meses antes del brote del virus», como se indicó en un titular de Reuters, aunque perder el contacto directo temprano de un experto estadounidense en el terreno en China, ciertamente debilitó la respuesta de los Estados Unidos.

Tampoco comenzó con la desafortunada decisión de no usar los kits de prueba ya disponibles proporcionados por la Organización Mundial de la Salud. Todos juntos, los retrasos en la información temprana y la falta total de pruebas, serán sin duda responsables de muchas, probablemente miles, de vidas perdidas.

Los errores se programaron en realidad hace décadas, ya que el bien común compartido de la salud pública, se descuidó, a la vez que se monetizó. Un país atrapado en un sistema orientado hacia una epidemiología individualizada, con apenas suficientes camas de hospital y equipo para funcionar en condiciones normales, por definición, no puede reunir los recursos necesarios para intentar alcanzar la marca de contención del brote lograda en China.

Siguiendo el punto del equipo de Taleb sobre modelos de estrategias en términos más explícitamente políticos, el ecologista de enfermedades Luis Fernando Chaves – otro coautor de este artículo- hace referencia a los biólogos Richard Levins y Richard Lewontin que dicen que «dejar que los números hablen» sólo enmascara todos los supuestos que han colapsado de antemano.

Las previsiones del Imperial College responden al orden social dominante

Los modelos estadísticos como el estudio del Imperial College limitan explícitamente el análisis a preguntas estrechamente adaptadas al orden social dominante. Por su diseño, no aparecen las fuerzas más amplias del mercado que provocan los brotes, y las decisiones políticas que subyacen a las intervenciones.

Conscientemente o no, las proyecciones resultantes dejan en segundo lugar el objetivo de asegurar la salud para todos, incluidos los miles de personas más vulnerables que morirán si un país alterna entre el control de enfermedades y la economía. La visión foucaultiana (de Michel Foucault) de un Estado que actúa sobre una población en su propio interés sólo representa una actualización, aunque más benigna, del impulso maltusiano de dejar que la comunidad se inmunice sola que propuso el gobierno británico de Boris Johnson y ahora los Países Bajos: dejar que el virus se queme a través de la población sin impedimentos . ​​

Hay poca evidencia de que la inmunidad colectiva garantizaría detener el brote. El virus puede evolucionar fácilmente desde debajo de la capa inmunitaria de la población.

¿Qué se debe hacer?

  • Aumentar el volumen de los test de detección de virus como lo ha hecho Senegal.
  • Socializar la producción de los productos farmacéuticos.
  • Dotar de las máximas protecciones al personal médico para frenar los contagios de los trabajadores sanitarios
  • Asegurar el derecho a reparar los ventiladores mecánicos y otra maquinaria médica
  • Producir masivamente cócteles de antivirales en el país (y cualquier otro medicamento que parezca prometedor) mientras realizamos ensayos clínicos para comprobar si funcionan más allá del laboratorio.
  • Implementar un sistema de planificación para obligar a la industria a producir los ventiladores y equipos de protección personal necesarios que requieren los trabajadores de la salud y priorizar la asignación a las localidades con mayores necesidades.
  • Establecer un amplio equipo para tratar la pandemia, para proporcionar una fuerza de trabajo, desde la investigación hasta la atención, hasta lograr que haya tantas camas en cuidados intensivos como casos; y el personal y el equipo necesarios para cerrar la brecha actual de números.
  • Contratar a suficientes personas para identificar el COVID-19 casa por casa en este momento, equipadas con el equipo de protección necesario.
  • Mientras esto se hace, hay que dejar en suspenso el funcionamiento económico actual organizado en torno a la expropiación a la gente, y poner freno desde los propietarios hasta a las sanciones a otros países, para que las personas puedan sobrevivir tanto a la enfermedad como a su cura.

En otras palabras, no podemos aceptar la idea de simplemente sobrevivir al bombardeo del COVID-19 en curso, sólo para regresar más tarde al rastreo de contactos y al aislamiento de casos para llevar el brote por debajo de su umbral.

La estructura económica que originó el virus

Insistimos en que se debe incorporar el estudio de los orígenes estructurales del virus en la planificación de emergencias porque nos ofrece una clave para avanzar hacia la protección de las personas antes que a las ganancias.

Uno de los muchos peligros radica en la normalización de «la enfermedad del murciélago» actualmente en curso, una caracterización ocurrente dado el síndrome que sufren los pacientes: mierda de murciélago en los pulmones. Necesitamos no olvidar el impacto que nos produjo la noticia de que otro coronavirus había emergido de sus refugios de vida silvestre y en cuestión de ocho semanas se extendió por toda la humanidad.

El virus surgió en un extremo de una línea de suministro regional de alimentos exóticos, estableciéndose con éxito fuera, en una cadena de infecciones de humano a humano en el otro extremo en Wuhan, China. A partir de ahí, el brote se difundió localmente y saltó a aviones y trenes, extendiéndose por todo el mundo a través de una red estructurada por conexiones de viaje y por jerarquía de ciudades de más grandes a más pequeñas.

Además de describir el mercado de alimentos silvestres típico de oriente, se ha dedicado poco esfuerzo a las preguntas más obvias. Mucho más allá de la pesca, la comida silvestre en todo el mundo es un sector cada vez más formalizado, cada vez más capitalizado por las mismas fuentes que respaldan la producción industrial. Aunque no son similares en la magnitud de la producción, la distinción entre ambos sectores ya no está tan clara.

La geografía económica superpuesta se extiende desde el mercado de Wuhan hasta el interior, donde se cultivan alimentos exóticos y tradicionales mediante operaciones que bordean el límite de un desierto en retirada.

A medida que la producción industrial invade el último bosque, las operaciones de alimentos silvestres deben reducirse aún más, elevar sus manjares o asaltar los últimos peldaños de la naturaleza . Como resultado, el más exótico de los patógenos, en este caso el SARS-2 alojado en murciélagos, encuentra su camino hacia la especie humana en un camión, ya sea en animales destinados a la alimentación o en la mano de obra que los atiende, y se dispara de un extremo de un circuito periurbano a otro antes de llegar al escenario mundial.

Algunos patógenos emergen directamente de los centros de producción. Me vienen a la mente las bacterias transmitidas por los alimentos, como Salmonella y Campylobacter. Pero muchos como el COVID-19 se originan en las fronteras de la producción capitalista. De hecho, al menos el 60 % por ciento de los nuevos patógenos humanos emergen al extenderse de los animales salvajes a las comunidades humanas locales (y los más exitosos se extiendan al resto del mundo).

Estudios financiados por el agronegocio culpan de los brotes a las poblaciones locales

Una serie de «luminarias» en el campo de la ecosalud, algunas financiadas en parte por Colgate-Palmolive y Johnson & Johnson, compañías que lideran la vanguardia de la deforestación para los agronegocios, produjeron un mapa global basado en brotes anteriores a 1940 que indicaba dónde se encuentran los nuevos patógenos con probabilidad de surgir en el futuro. Cuanto más cálido sea el color en el mapa que elaboraron, más probabilidaes dieron al surgimiento de un nuevo patógeno en ese lugar. Pero al confundir estas geografías absolutas, el mapa del equipo -que situó el rojo vivo en China, India, Indonesia y partes de América Latina y África- se dejó en el tintero un punto crítico: al centrarse en las zonas de brotes ignora las relaciones de los actores económicos mundiales que dan forma a las epidemiologías.

Los intereses del capital que respaldan los cambios inducidos por el desarrollo y la producción en el uso de la tierra, y la aparición de enfermedades en partes menos desarrolladas del mundo, recompensan a quienes atribuyen la responsabilidad de los brotes a las poblaciones locales y sus supuestas prácticas culturales «antihigiénicas» .

La preparación de la carne de animales silvestres y los entierros caseros son dos prácticas que estos estudios atribuyen a la aparición de nuevos agentes patógenos.

Pero si trazamos geografías de relaciones económicas, en cambio, aparecen Nueva York, Londres y Hong Kong, fuentes clave del capital global, como tres de los peores puntos críticos del mundo.

Mientras tanto, las zonas de epidemias ya no están organizadas bajo las políticas tradicionales. El intercambio ecológico desigual, que redirige los peores daños de la agricultura industrial al Sur Global, se ha movido de las áreas de despojo de los recursos de las comunidades locales llevado a cabo por el imperialismo, hacia nuevos complejos a través de la escala de los productos básicos.

La agroindustria está reconfigurando sus operaciones extractivistas en redes espacialmente discontinuas a través de territorios de diferentes escalas. Una serie de «repúblicas de la soja» dominadas por multinacionales, por ejemplo, ahora se extienden a través de Bolivia, Paraguay, Argentina y Brasil.

La nueva geografía se materializa en los cambios en la estructura de gestión de la empresa, la capitalización, la subcontratación, las sustituciones de la cadena de suministro, el arrendamiento y la agrupación de tierras transnacionales.

Al cruzar las fronteras nacionales, estos «países de productos básicos», integrados de manera flexible a través de ecologías y fronteras políticas, están produciendo nuevas epidemiologías en el camino.

Mike Davis y otros han identificado cómo los paisajes recientemente urbanizados actúan como mercados locales y centros regionales para los productos agrícolas mundiales que pasan por allí. Algunas de esas regiones incluso se han vuelto «post-agrícolas». Como resultado, la dinámica de las enfermedades y los patógenos silvestres de las fuentes primigenias ya no están limitadas sólo a su zonas de influencia.

Un coronavirus puede encontrarse repentinamente desparramado sobre los humanos en la gran ciudad a sólo unos días de su cueva de murciélagos.


La acción humana sobre el ecosistema rompe el control natural de los patógenos

Los ecosistemas en los que estos virus «salvajes» estaban en parte controlados por las complejidades del bosque tropical están siendo drásticamente destruidos por la deforestación liderada por el capital y, en el otro extremo por el desarrollo periurbano, con déficits en salud pública y saneamiento ambiental.

A la misma vez que como resultado de ello, muchos patógenos selváticos se están extinguiendo con sus especies hospedadoras, un subconjunto de infecciones que antes se quemaban relativamente rápido en el bosque, aunque sólo sea por una tasa irregular de encontrar sus especies hospederas típicas, ahora se propagan a través de poblaciones humanas susceptibles a la vulnerabilidad. La infección a menudo se ve exacerbada en las ciudades por los programas de recortes en los servicios públicos y la desregulación de normativas. Incluso frente a las vacunas eficaces, los brotes resultantes se caracterizan por una mayor extensión, duración e impulso. Lo que antes eran desbordamientos locales ahora son epidemias que se abren camino a través de las redes mundiales de viajes y comercio.

Sólo con un cambio en el entorno ambiental los viejos patógenos como el ébola, el zika, la malaria y la fiebre amarilla, que evolucionan relativamente poco, se convirtieron en amenazas regionales, y pasaron de infectar aldeanos remotos de vez en cuando a infectar a miles de personas en las capitales.

La disminución del mono aullador en Latinoamérica y la fiebre amarilla

Otro aspecto, es que los animales salvajes, reservorios habituales de enfermedades desde hace mucho tiempo, están sufriendo un retroceso en sus poblaciones que quedan fragmentadas por la deforestación, como la de los monos nativos del Nuevo Mundo. Estos monos son susceptibles a una forma agresiva de fiebre amarilla, a la que habían estado expuestos durante al menos cien años, pero ahora están perdiendo la inmunidad que les es daba el grupo y están muriendo en cientos de miles.

Por su expansión global, la agricultura comercial sirve como propulsión y nexo a través del cual los patógenos de diversos orígenes migran desde los depósitos más remotos hasta los centros de población más internacionales. Es aquí, y en el camino, donde se infiltran nuevos patógenos.

Cuanto más largas son las cadenas de suministro asociadas y mayor es el grado de deforestación adjunta, más diversos (y exóticos) son los patógenos zoonóticos que ingresan a la cadena alimentaria.

Entre los recientes patógenos emergentes y reemergentes de origen agrícola y alimentario, que se originan a través del dominio antropogénico (es decir, a causa de la actividad humana), se encuentran la peste porcina africana, Campylobacter, Cryptosporidium, Cyclospora, Ebola Reston, E. coli O157: H7, fiebre aftosa, hepatitis E, Listeria, Virus Nipah, fiebre Q, Salmonella, Vibrio, Yersinia y una variedad de variantes nuevas de la gripe, incluyendo H1N1 (2009), H1N2v, H3N2v, H5N1, H5N2, H5Nx, H6N1, H7N1, H7N3, H7N7, H7N9 y H9N.4.

El modelo de agronegocio: un paraíso evolutivo para los patógenos

La totalidad de la línea de producción está organizada en torno a prácticas que aceleran la evolución de la virulencia de los patógenos y la transmisión posterior. Los monocultivos genéticos en crecimiento (animales destinados a la alimentación y plantas con genomas casi idénticos) eliminan los cortafuegos inmunes que en poblaciones más diversas ralentizan la transmisión. Los patógenos ahora pueden evolucionar rápidamente en torno a los genotipos inmunitarios comunes del huésped.

Mientras tanto, las condiciones de hacinamiento de los animales deprimen la respuesta inmune. El mayor tamaño de la población de animales de granja y las densidades de las granjas industriales facilitan una mayor transmisión e infección recurrente.

El alto rendimiento, objetivo de cualquier producción industrial, proporciona un suministro de ejemplares continuamente renovado en el establo, la granja, y a niveles regionales, eliminando el límite en la evolución de la mortalidad por patógenos. Al alojar a muchos animales juntos, se fortalece a las cepas que pueden infectarlos mejor.

La disminución de la edad de sacrificio, a seis semanas en los pollos, es probable que tenga el efecto de seleccionar patógenos capaces de sobrevivir en sistemas inmunes más robustos. El alargamiento de la extensión geográfica del comercio y exportación de animales vivos ha aumentado la diversidad de los segmentos genómicos que intercambian sus patógenos asociados, aumentando la velocidad a la que los agentes patógenos exploran sus posibilidades evolutivas.

Aunque la evolución de los patógenos se dispara en todas estas formas, sin embargo, hay poca o ninguna intervención, salvo alguna demanda puntual por la emergencia repentina de un brote. La tendencia es hacer menos inspecciones gubernamentales de granjas y plantas procesadoras, legislación contra la vigilancia gubernamental y contra las denuncias de activistas. Hay legislación incluso contra informar en los medios de comunicación sobre los detalles de brotes mortales. A pesar de las recientes victorias judiciales contra la contaminación por pesticidas (sentencias contra Monsanto-Bayer en EEUU por el glifosato), el estamento privado de producción sigue centrado exclusivamente en las ganancias.

Los daños causados ​​por los brotes resultantes se externalizan al ganado, los cultivos, la vida silvestre, los trabajadores, los gobiernos locales y nacionales, los sistemas de salud pública y los agrosistemas alternativos en el extranjero. En los Estados Unidos, los CDC informan que los brotes transmitidos por alimentos se están expandiendo en número de Estados afectados e infectados.

Es decir, la alienación del capital se traduce a favor de los patógenos. El interés público se queda en la puerta de la granja y la fábrica de alimentos, y los agentes patógenos saltan la poca bioseguridad que la industria está dispuesta a pagar. La producción diaria representa un riesgo moral lucrativo al devorar nuestro bien común de salud compartida.


La pandemia, una enfermedad neoliberal

Señalar con el dedo nacionalista, desde el racista «virus de China» de Trump y todo el continuo liberal, oculta el entramado del Estado y el capital. La teoría general de la aparición de enfermedades neoliberales, que también incluye a China, combina los siguientes elementos:

  1. circuitos globales de capital;
  2. despliegue de dicho capital destruyendo la complejidad ambiental regional que mantiene bajo control el crecimiento virulento de la población de patógenos;
  3. aumentos en las tasas y la amplitud taxonómica de los eventos de contagio;
  4. los circuitos periurbanos de productos básicos en expansión que envían estos nuevos agentes patógenos en el ganado y la mano de obra desde el interior más profundo a las ciudades regionales;
  5. las crecientes redes mundiales de viajes (y comercio de ganado) que entregan los patógenos de dichas ciudades al resto del mundo en un tiempo récord;
  6. las formas en que estas redes reducen la fricción de transmisión, seleccionando la evolución de una mayor mortalidad de patógenos tanto en ganado como en personas;
  7. la escasez de reproducción en el propio sitio del ganado industrial, eliminando la selección natural que proporciona protección contra enfermedades en tiempo real (y casi gratis).

La premisa operativa subyacente es que la causa del COVID-19 y otros patógenos similares no se encuentra sólo en el agente infeccioso o su curso clínico, sino también en el campo de las relaciones ecosistémicas que el capital y otras causas estructurales han ocultado para su propio beneficio. La amplia variedad de agentes patógenos, que representan diferentes grupos; diversas fuentes de organismos hospedadores; modos de transmisión; cursos clínicos y resultados epidemiológicos; y todas las características que aparecen en cada brote; están marcando diferentes partes y caminos de los circuitos de uso del suelo y de acumulación de valor.


Los agronegocios están en guerra con la salud pública


Un programa general de intervención se debe ejecutar mucho más allá de un virus en particular. Para evitar los peores resultados de aquí en adelante, es necesaria una gran transición humana: abandonar la mentalidad de colonizar tierras, reintroducir a la humanidad en los ciclos de regeneración de la Tierra y redescubrir nuestro sentido como individuos mas allá del capital y el sistema.

Sin embargo, el economicismo, es decir, la creencia de que todas las causas son sólo económicas, no será suficiente para liberarnos de este estado de cosas. El capitalismo global es una hidra de muchas cabezas, que se apropia, internaliza y ordena múltiples capas de las relaciones sociales. El capitalismo opera a través de terrenos complejos e interconectados de raza, clase y género, uniformando los sistemas de valores regionales de un lugar a otro.

Liberarnos, implica desmantelar estas múltiples jerarquías de opresión y las formas específicas de cada lugar en las que interactúan con la acumulación. De este modo, debemos salir de las reapropiaciones expansivas del capital a través de materialismos productivos, sociales y simbólicos. El capitalismo lo comercializa todo: exploración de Marte, despertarse en un lado y dormir en otro, las lagunas de litio, la reparación de los respiradores, incluso la sostenibilidad misma, y ​​así sucesivamente, estos intercambios se encuentran mucho más allá de la fábrica y la granja.

En resumen, una intervención exitosa que evite que cualquiera de los muchos patógenos en cola en el circuito agroeconómico mate a mil millones de personas pasa por un choque global con el capital y sus representantes locales. Los agronegocios están en guerra con la salud pública, y la salud pública está perdiendo.

Sin embargo, si la humanidad ganara un conflicto generacional de este tipo, podemos volver a conectarnos a un metabolismo planetario que, aunque se exprese de manera diferente de un lugar a otro, reconecte nuestras ecologías y nuestras economías. Tales ideales son más que un tema utópico.

Al hacerlo, convergemos en soluciones inmediatas:

1. Si protegemos la complejidad del bosque, se evita que los patógenos mortales tengan a su disposición a los hospedadores y con ellos una oportunidad directa en la red de viajes para llegar a todo el mundo.

2. Si reintroducimos la diversidad de ganado y cultivos, y reintegramos la cría de animales y cultivos a escalas racionales, se evita que los patógenos aumenten en virulencia y extensión geográfica.

3. Si permitimos que nuestros animales para alimentación se reproduzcan en origen, se reinicia la selección natural que permite que la evolución inmune rastree los patógenos en tiempo real.

En general, tenemos que dejar de tratar a la naturaleza y la comunidad, que nos dan todo lo que necesitamos para sobrevivir, como simplemente otro competidor para ser arrastrado por el mercado.

La salida es nada menos que el nacimiento de un mundo, o mejor dicho regresar a la Tierra. Esto también ayudará a resolver muchos de nuestros problemas más acuciantes. Ninguno de nosotros quiere volver a estar atrapado en nuestras salas de estar desde Nueva York a Beijing, o, peor aún, llorando a nuestros muertos, pasando por un brote de ese tipo.

Porque sí, las enfermedades infecciosas, durante la mayor parte de la historia humana, han sido nuestra mayor fuente de mortalidad prematura y seguirán siendo una amenaza. Pero dado el bestiario de patógenos ahora en circulación, el peor, y que se extiende casi anualmente, es probable que enfrentemos otra pandemia mortal en un tiempo mucho más corto que la calma de cien años que nos dejó la pandemia de 1918.

¿Podremos ajustar el modos en como nos apropiamos de la naturaleza y llegar a una tregua con estas infecciones?

AUTORES : Rob Wallace es un epidemiólogo evolutivo. Ha sido sesor de la FAO y de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades. Alex Liebman es doctorando en Geografía Humana en la Universidad de Rutgers, y Agrónomo por la Universidad de Minnesota. Luis Fernando Chaves es Ecólogo de enfermedades y fue investigador principal en el Instituto Costarricense de Investigación y Educación en Nutrición y Salud en Tres Ríos, Costa Rica. Rodrick Wallace es científico investigador en la División de Epidemiología del Estado de Nueva York en la Universidad de Columbia.

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